3 jun 2014

Sombra roja _ Lynn S.

Sombra roja (extracto)

"Desde la Ventana

Mercoledi. La mitad de la semana se asoma diferente a cualquier otro día: las calles de Venecia desbordadas en gente ocupados con la ida al mercado. La catedral, central del pequeño cosmos, avisa en claras campanadas la llegada de los mercaderes de góndola; que traen a su vez desde barata bisutería hasta las más exquisitas joyas, cortes de tela y trabajo artesanal a encontrarse en y allende a la costa del mar Adriático.
Los hombres se pasean con elegancia demostrando de la manera más sutil y acorde con su edad su alcance social: ya sea a través del empedrado en su bastón, la codiciada línea del diseño español en sus espadas cortas o la mujer que llevan de su brazo. Mercoledi, el miércoles de mercado es el día en que los venecianos se presentan ante su ciudad como una corte que hace regalías a una reina.
Antonella abrió la ventana, respirando profundo el aire marcado por la sal y el agua. –A mí no me engañas Venecia, tú y yo estamos cortadas por el mismo molde.
Giuliana se acercó: una criaturita flaca, desencajada y salvaje, con poco más de trece años. Venus definitivamente no dio importancia al nacimiento de esta niña porque la privó de aquellos detalles que los italianos relacionaban a la belleza. Era poco agraciada en estatura, sus brazos y piernas moldeados por las tareas pesadas que tuvo a bien hacer en su corta existencia. Se le había compensado sin embargo con una inteligencia natural, característica que le daba una personalidad atrayente. Las chicas del bordello siempre la trataron con menosprecio y ella lo resentía. Solo Antonella le hacía el favor de regalarle una mirada y en ocasiones la defendía tanto de las zorras como de los clientes morbosos que ofrecían un puñado de monedas por poseerla. Giuliana siempre guardó agradecimiento por esta mujer que ahora era su ama. Pero no podía dejar de sentirse menos junto a ella. Y con razón, a cualquier ojo falto de discernimiento se le haría fácil pensar que no merecía respirar el mismo aire que la belleza que le había permitido gozar de su compañía.
–Ojalá y nos toque un buen día, – dijo la chiquilla, su voz diluida por un bostezo. La noche no fue en nada favorable para ambas. Si acaso entre paréntesis de sueño, se dedicaron la una y la otra a descifrar el misterio que las hizo unirse. Era un alivio encontrarse con la rutina, no había mucho que pensar cuando se trataba de rizar el rubio cabello de Antonella. Pronta, se dio a su trabajo con una mano dedicada y capaz.
Antonella agradeció el gesto, mientras tomaba su tiempo en observar a la niña. La joven nunca había considerado a Giuliana como mujer, ese sin embargo no fue el caso con las otras. Casdra en particular, hubiese asesinado a la niña si Constanza no velara por mantenerla separada de las demás. Una virgen en la il bordello di Sanzi siempre era tema de conversación. Después de todo, más de un cliente había abandonado a su zoccola favorita en pos de aquella de la cual había conseguido arrebatar la prima nocta. La favorita de la casa de Constanza nunca perdió una noche a razón de vírgenes o de puttane. Antonella era el sol alrededor del cual todo revuelve, pero la luz necesita la sombra…y la bella siempre tuvo curiosidad por la pequeña salvaje.
A todos le consta que Giuliana no era su nombre, ese era la estampa que puso sobre ella Constanza para hacerle sentir un poco más de la casa. Cuando Antonella llegó al bordello, ya Giuliana llevaba un tiempo haciendo mandados en la casa. Eventualmente, Constanza le hizo la misma historia que repetía a los curiosos: –Es una huérfana, como todas. Me llegó desde Palermo y ya veré que hago con ella–. Palermo siempre se ha distinguido por ser cuna de bellezas de cabellos oscuros y miradas furtivas. Giuliana sin embargo tenía un oliva en la piel de esos con los que se nace; no formado por el beso de sol tan común en Italia. Sus ojos grandes y almendrados eran oscuros como el espacio entre las
estrellas, su cabello marrón; pesado e imposible de rizar, tenía más de España o de la costa Morisca de África que lo que compartía con las mujeres del Mediterráneo. En noches vagas o rompiendo el alba; cuando Antonella se escurría hacia la pieza de Constanza para contarle algún secreto de cama, más de una vez escucho a la niña hablarle a su ama de forma fluida y rítmica en un idioma desconocido. Morisca, gitana, judía, solo ella lo sabe…
– ¿Qué piensas? – pregunto la niña, mientras le arreglaba las mangas del que ahora estaba destinado a ser su mejor vestido.
–Pienso en las cosas que hemos dicho y las que están pendientes por decir. Pienso que hace falta educarte un poco.
– ¿Educación? ¡Já! ¡Qué barbaridá! La única educación que necesita una zoccola es sabé cuándo abrí y cerrá las piernas…– Giuliana sonrió ante su propia astucia, completamente satisfecha con su respuesta.
– ¿Qué sabes tú de ser zoccola? Para empezar te diré que además de la destreza en la entrepierna, lo que va a salvar tu piel es saber cuándo abrir y cerrar tu boca. Así que calla y aprende–. Esta vez fue el turno de Antonella de dibujar una sonrisa. Tomando a Giuliana por la cintura, le dio una vuelta con inesperada facilidad y la colocó frente a ella. Sus labios rosados se acercaron a los oídos de la chiquilla y sus manos guiaron su rostro en dirección al este, de manera firme, pero amorosa. No era su intención asustar a Giuliana. –Considera esta ventana tu primera lección. Respira profundo y dime… ¿Que te dice el aire?
Para la satisfacción de Antonella, la ragazza no llenó sus pulmones robando el aire, más bien respiró en ciclos cortos y profundos, como quien presta atención. Giuliana tragó y humedeció sus labios, esta vez midiendo sus palabras: –El aire me dice que aquí hay dos ciudades; la que se levanta e la costa, que huele a salitre y agua estancá. Es donde se vive y se muere sin nombre… y la que está al pie e la catedral…la de los grandes puentes y las islas que se guardan como fortalezas. Esa trae olor a especias de la India y se viste en seda y oro–. Su cuerpo se estremeció y sus ojos oscuros y expresivos se deshicieron en lágrimas. –Perdona mi imprudencia cara mía… es que tengo mieo…tengo terró e que nos quedemos aquí, nadando entre dos aguas. O peor, que me dejes. Porque a tí… a tu pelo amarillo y a tu sonrisa, fácil se le abren las puertas, pero yo…
– ¿Pero tú que, pequeña? Dirás nosotras. Y ahora escúchame bien. Jamás solas, jamás desamparadas….jamás desposeídas–. Antonella le dio un beso suave en la mejilla asegurándose de convertir la amarga mueca en sonrisa antes de separarse de la peculiar hermana que le regaló la inusitada muerte de Constanza. Se volvió hacia el espejo, pasando sus manos sobre la delicada fábrica que abrazaba su cintura. –Haz hecho muy bien Giuliana. Vamos a ver si puedes trabajar la misma magia que acabas de lograr en mí sobre tu cabello. Lávate, baja y consigue algo de comer. Luego quédate aquí tranquila en lo que esperas por mí.
– ¿A ónde vas?
–A asegurar nuestro futuro."

Reseña (imagen)



Publicado por Alex Hernández en Ghost Slayer, en octubre del 2013


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